Érase una vez una mujer “común”, divorciada, ex actriz y bastante sencilla, que conoce a un guapo príncipe ciertamente poco convencional, rebelde y apasionado como su madre, la amada Lady Di. Él, de nombre Harry, se enamoró perdidamente de ella, de nombre Meghan. Pese a las estrictas reglas de la realeza y los pronósticos poco favorables de quienes rodeaban a esta pareja poco convencional, hoy esta historia ha escrito su capítulo más importante, uno en el que los dos protagonistas, Harry y Meghan, se han jurado amor eterno ante el mundo entero.
En la capilla de St George, junto al Castillo de Windsor, la atmósfera estuvo impregnada de emoción cuando, alrededor de las 11 de la mañana, el príncipe Harry hizo su llegada al lugar, vestido de pies a cabeza con uniforme militar, pero con barba, acompañado por su hermano. y mejor amigo, el Príncipe William. Harry se notaba nervioso, ansioso. Él y su hermano, los dos hijos de Diana tienen un vínculo muy especial que se ha fortalecido desde la muerte de su madre, quien tenía un cariño y cercanía especial con Harry. Y en honor a ella, y de común acuerdo con Meghan, quiso decorar la iglesia de rosas y peonias blancas, las flores favoritas de la princesa.
Eran las 12 en punto, cuando el Rolls-Royce color burdeos, propiedad de la reina Isabel II, llegó a la capilla. Dentro, la novia visiblemente nerviosa, pero con su característica sonrisa, observaba a la multitud de 2500 personas invitadas a asistir a la ceremonia en los jardines frente a la capilla. Con una valentía excepcional, Meghan caminó hacia el altar, sola, ante la ausencia de su padre, quien dejó de ser parte de los invitados a la boda real, hace unos días, debido a una fotos pactadas por él con un paparazzi. La novia lucía increíblemente radiante con su vestido blanco, elegido a pesar del divorcio anterior. El vestido de novia elegido era muy sencillo, de corte trapecio y manga francesa, hecho de seda preciosa Mikado y diseñado especialmente para Meghan por Clare Waight Keller, nueva directora creativa de Givenchy.
El look de novia fue realzado por un velo de seda preciosa, con bordados de encaje, llevado por una tierna procesión de pajes, entre los que se encontraban los hijos de William y Kate. El toque espectacular lo dio la tiara Strathmore Rose, una tiara poco conocida, elaborada con diamantes, platino y un broche central desmontable que data de 1893. Y fue precisamente el Príncipe Carlos, quien acompañó a la hermosa Meghan para la segunda parte de su camino al altar. Él la saludó con una sonrisa y le susurró algo al oído, mientras ella lo sostenía bajo el brazo, siempre viendo a Harry con una mirada conmovedora, quien la espera ansioso en el altar.
“Eres maravillosa” son las palabras que susurraba Harry a Meghan mientras levantaba el velo y descubría el rostro de su futura esposa. Ella, iluminó el lugar con su característica belleza natural, únicamente acentuada con un maquillaje y un peinado muy sencillos. Mientras sonaba la canción “Stand by me”, cantada por un coro gospel, vestido en tonos pastel, la madre de la novia no pudo contener las lágrimas. La canción no ha sido elegida al azar, moderna y popular como el espíritu de esta pareja que desde el inicio de su relación ha tomado decisiones poco menos que revolucionarias para los cánones de la monarquía británica.
La ceremonia estuvo cargada de emociones y simbolismos, el primero de ellos, el discurso de apertura, para el cuál Meghan y Harry eligieron Michael Curry, el primer afroamericano elegido para dirigir la Iglesia Episcopal estadounidense. Incluso al momento de pronunciar los votos, Meghan y Harry quisieron reiterar sus ideas y modernidad, haciendo que la novia no jurara ‘obediencia’ al novio, como dicta el protocolo real, sino que pronunciara palabras de amor y respeto hacia él. Estas palabras hicieron que el momento fuera aún más conmovedor y la emoción de los dos jóvenes contagió a los asistentes, cuando el oficiante los proclamó oficialmente marido y mujer.
Después de hacer los honores a la Reina, impecable, enfundada en un traje sastre en tonos cítricos con detalles en violeta, Meghan y Harry salieron de la capilla seguidos por una procesión compuesta por el Príncipe Carlos, su esposa Camila y la madre de Meghan en la primera fila, seguido de William, Kate y sus hijos. A la salida de la iglesia, la alegría de la gente explotó y los recién casados subieron a bordo del carruaje que los transportará mientras hacen el clásico ritual de saludo al pueblo.
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